miércoles, 13 de marzo de 2013

Los mejores libros de ciencias






La revista americana Discover ha publicado en su última edición una lista con los que consideran los 25 mejores libros científicos de la historia, conformando una serie de clásicos que van desde el 330 a.C. hasta el año 1985 de nuestra era.
Además, durante una semana se han recopilado 800 firmas de visitantes de la edición on-line de la publicación, para conformar una segunda lista, de un interés más limitado, en la que ha entrado la propia Biblia.
La lista es, como todas discutibles y limitada, pero no hay duda de que los títulos que recoge forman parte, en su mayoría, de la cultura general de cualquier aficionado o profesional de la ciencia. Los 25 títulos son, ordenados por según el criterio de relevancia otorgado por la revista, son los que siguen:

  • El Viaje del Beagle, de Charles Darwin

  • El Origen de las Especies, de Charles Darwin

  • Philosophiae Naturalis Principia Mathematica, de Isaac Newton

  • Diálogo sobre los dos Sistemas del Mundo, de Galileo Galilei

  • De Revolutionibus Orbium Coelestium, de Nicolás Copérnico
  • Física, de Aristóteles

  • De Humanis Corporis Fabrica, de Andrés Vesalio

  • Relatividad: Teoría Especial y General, de Albert Einstein

  • El Gen Egoísta, de Richard Dawkins

  • Uno, dos, tres… el Infinito, de George Gamow
  • La Doble Hélice, de James D. Watson

  • ¿Qué es la Vida?, de Erwin Schrödinger

  • La Conexión Cósmica, de Carl Sagan

  • Las Sociedades de los Insectos, de Edward O. Wilson

  • Los Primeros Tres Minutos, de Steven Weinberg

  • La Primavera Silenciosa, de Rachel Carson

  • La Falsa Medida del Hombre, de Stephen Jay Gould

  • El Hombre que Confundió a su Mujer con un Sombrero, de Oliver Sacks

  • Los Diarios de Lewis y Clark, de Meriwether Lewis y William Clark

  • The Feynman Lectures on Physics, de by Richard P. Feynman, Robert B. Leighton y Matthew Sands

  • El Comportamiento Sexual en el Hombre, de Alfred C. Kinsey

  • Gorilas en la Niebla, de Dian Fossey

  • Under a Lucky Star, de Roy Chapman Andrews

  • Micrografía, de Robert Hooke

  • Gaia, de James Lovelock

Descubren un cúmulo estelar de 20.000 masas solares cerca de la Tierra





Investigadores del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC), la Universidad de La Laguna (ULL) y el Centro de Estudios de Física del Cosmos de Aragón (CEFCA) han descubierto un cúmulo estelar masivo cercano a la Tierra. El nuevo cúmulo, llamado Masgomas-1, tiene unas 20.000 masas solares, el doble de la masa de Trumpler 14, el cúmulo de estrellas conocido más próximo a nuestro planeta. En la Vía Láctea solo se conocen en la actualidad una decena de estos cúmulos masivos del centenar que se calcula que existen. Son ellos los que marcan el ritmo de la actividad de formación estelar.

Masgomas-1 es un cúmulo masivo abierto que contiene más de 60 estrellas jóvenes y masivas que se mantienen juntas por la fuerza de la gravedad. Se ubica en la Vía Láctea a 11.500 años luz de la Tierra, en dirección al centro galáctico, en el brazo de Escudo-Centauro (Scutum-Centarus) y algo alejado de la base que une ese brazo con la barra de la galaxia.

Los cúmulos estelares son grupos de estrellas que se formaron en una misma época a partir de la misma nube molecular de gas y polvo. Los cúmulos abiertos, como el recién descubierto, contienen menos estrellas y más jóvenes, son menos densos que el otro tipo de cúmulos existentes, los globulares, con mayor densidad y cientos de miles de estrellas viejas (evolucionadas). Un cúmulo estelar abierto que se puede observar a simple vista desde la Tierra son las Pléyades.

Hasta hace poco tiempo, se suponía que nuestra galaxia, la Vía Láctea, estaba formando estrellas a un ritmo más lento del que le correspondía por su tamaño y características. Era, en términos de formación estelar, “una galaxia perezosa”, según la describe el astrofísico del IAC Artemio Herrero. Esta situación comenzó a cambiar a mediados de los años noventa, cuando empezaron a proliferar los datos tomados en el espectro infrarrojo. “La luz infrarroja es capaz de atravesar las nubes de polvo que oscurecen el plano de nuestra galaxia, donde se concentra la formación de nuevas estrellas. Esta formación se revela por medio de las estrellas más masivas, que viven poco, y marcan por tanto el lugar donde las estrellas se han formado recientemente, o se están formando aún”.

El descubrimiento de Masgomas-1 se ha realizado gracias a las observaciones con el espectrógrafo infrarrojo LIRIS, instalado en el telescopio William Herschel del Observatorio del Roque de los Muchachos del IAC, en La Palma. Los datos infrarrojos de los últimos años han permitido descubrir nuevos cúmulos de estrellas jóvenes e indican que la Vía Láctea es en realidad una máquina muy eficiente de formar nuevas estrellas.


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Las flautulencias de los dinosaurios calentaron la Tierra prehistórica






Los dinosaurios saurópodos podrían haber producido suficiente gas metano de efecto invernadero con sus flautulencias para aumentar la temperatura del planeta hace millones de años, provocando su propio "calentamiento global", según un estudio que publica la revista Current Biology.

Los saurópodos, conocidos por su enorme tamaño y su largo cuello, eran dinosaurios hervíboros que habitaban el planeta hace 150 millones de años. De manera similar a las actuales vacas, contaban en sus aparatos digestivos con microbios productores de metano que les ayudaban a digerir las plantas de las que se alimentaban. Ahora, un modelo matemático ha permitido a Dave Wilkinson y sus colegas de la Universidad John Moores de Liverpool (reino Unido) calcular que los gigantescos reptiles producían más metano que todas las fuentes naturales actuales y artificiales juntas.

Para llegar a esa conclusión, los científicos analizaron la producción de metano por parte de distintos animales modernos y crearon una ecuación matemática que predice cuánto metano produciría un animal conociendo su tamaño. Un saurópodo medio pesaba 20.000 kilogramos y vivía en concentraciones de una a varias decenas de adultos por kilómetro cuadrado. Con estos datos, se estima que la emisión de metano por parte de los saurópodos podría haber alcanzado hasta 520 millones de toneladas por año. Una cifra muy alta si lo comparamos con las que producen los rumiantes actuales (vacas, jirafas, cabras, etc.), que ronda las 50-100 toneladas anuales.

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