miércoles, 28 de septiembre de 2011

La teoría del todo

Concentrar más conocimiento en enunciados cada vez más fácilmente comprensibles, pero también más globales, es la tendencia que ha seguido la física desde el s. XVII, cuando Newton enunció que la fuerza que hacía que los objetos cayeran al suelo era la misma que determinaba el movimiento de los planetas: la gravedad.
Tres siglos después ese saber hizo posible pisar la Luna. Aún hoy es válido, con alguna precisión. Newton pensaba que la gravedad es una fuerza que actúa, o deja de actuar, instantáneamente a través de cualquier distancia, pero Henri Poincaré afirmó que ningún cuerpo material puede desplazarse más rápidamente que la luz. Esto generaba una incongruencia que había que resolver.
El Sol nos proporciona luz y calor, pero además su masa determina la órbita terrestre, como explica la ley de la gravitación universal de Newton. La Tierra no permanece en órbita porque el Sol la atraiga directamente, sino porque éste crea un entorno gravitacional determinado.
Supongamos que nuestra estrella desaparece. Newton pensaba que ello implicaría la inmediata liberación de los planetas, es decir, la Tierra saldría disparada en línea recta. En cambio, según Einstein, que imaginó una fábrica de espacio-tiempo constituida por tres dimensiones de espacio unidas a una de tiempo, la Tierra todavía tardaría ocho minutos en enterarse de que ya no estaba atada. Ese es el tiempo que la luz (cuya velocidad fue postulada a 300.000 km/s) necesita para recorrer la distancia Sol-Tierra: el planeta se escaparía de su órbita y sería cubierto por la oscuridad simultáneamente.
A mediados del s. XIX, James Maxwell relacionó la electricidad y el magnetismo en algunas sencillas ecuaciones, dando lugar al electromagnetismo, que se aprecia bien en un motor. En él, un imán crea un campo magnético. Se provoca una descarga eléctrica y la corriente pasa por una espiral, que se orienta porque el imán está cerca. Einstein, en su búsqueda de la ecuación maestra que explicara el Universo y que resumiera toda la física conocida, intentó unir el electromagnetismo con la gravedad, sin conseguirlo.
En los años veinte, en una revolución liderada por Niels Bohr, se descubrió que las partículas de menor tamaño del Universo, los átomos, estaban constituidas por otras todavía más pequeñas: los protones, electrones y neutrones, cuyas interacciones no podían explicarse con el electromagnetismo de Maxwell.
Durante esa década, los físicos desarrollaron la mecánica cuántica: una teoría que busca predecir lo que ocurre en ese mini-mundo. Afirma que es imposible determinar con certeza el resultado de una medida, tan solo puede obtenerse la probabilidad de un resultado equis. Esta teoría contradice el ordenado y predecible universo de Einstein, quien solía afirmar que Dios no juega a los dados.
Estudiando la estructura del átomo, los científicos encontraron dos fuerzas desconocidas: la fuerza nuclear fuerte, que mantiene unidos los protones y los neutrones en el interior del átomo, y la fuerza nuclear débil, que permite que los neutrones se conviertan en protones. En 1945 se hizo explotar la primera bomba atómica en Nuevo México. La ruptura de la unión entre los protones y los neutrones liberó la fuerza nuclear fuerte, es decir, una cantidad enorme de energía destructiva. Todavía se detecta radiactividad en la zona, que es debida a la fuerza nuclear débil.
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