Salvo los elusivos neutrinos, alguno de los cuales detectamos de vez en cuando, toda información que tenemos del Universo nos llega en forma de radiación electromagnética, desde las microondas del fondo cósmico de radiación a los rayos gamma de los fenómenos más energéticos del Universo. Todos estos fotones son mensajeros que nos hablan del pasado y presente del Cosmos. Pero en el Universo no sólo se producen fotones de alguna clase de luz, también se producen partículas cargadas.
Los rayos cósmicos se dividen en dos categorías fundamentales: fotones gamma y partículas cargadas. Estas partículas cargadas están constituidas principalmente por núcleos de átomos ligeros como el hidrógeno por lo que en su mayoría son protones y también por electrones. Estos protones, la parte de los rayos cósmicos en la que está centrada esta noticia, se mueven a una velocidad cercana a la de la luz portando una gran energía. Nadie sabe exactamente el origen de estos rayos cósmicos, pero se ha teorizado que quizás provengan de explosiones de supernova, quásares o quizás fuentes más exóticas. Este problema lleva intrigando a los científicos durante los últimos casi 100 años. Los investigadores han tratando de entender cómo el campo magnético terrestre y otros campos magnéticos cercanos afectan a estos protones energéticos.
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