¿Un cometa? ¿Un asteroide? ¿Qué fue lo que chocó en el limbo Sur de Júpiter y produjo una mancha? Desde Australia, el astrónomo aficionado Anthony Wesley fue el primero en avistarla con su telescopio. A tres semanas del hallazgo, todavía se observa la herida de guerra provocada por el impacto sobre “el gladiador del Sistema Solar”.
Hace unas semanas, cuando la Luna acaparaba todas las miradas y todos los festejos, algo sensacional ocurrió en otro rincón del Sistema Solar: el 19 de julio, Júpiter apareció con una mancha negra en la zona austral. Una extraña cicatriz en la pesada, turbulenta y colorida atmósfera del planeta. Algo había chocado contra el planeta. Y el primer testigo del fenómeno fue Anthony Wesley, un astrónomo amateur australiano. Inmediatamente, el hallazgo fue confirmado por astrónomos profesionales, y hasta observado por el Telescopio Espacial Hubble. El raro fenómeno no sólo trajo a la memoria un episodio –aún más notable–- ocurrido hace exactamente 15 años, sino que también alcanzó una notable repercusión mediática.
Impacto profundo
Como tantas otras veces, este notable descubrimiento vino del lado de la astronomía amateur. En la fría noche australiana del domingo 19 de julio, en la pequeña villa de Murrumbateman, al norte de Canberra, Anthony Wesley observaba y fotografiaba a su viejo amor planetario. De la mano de su poderoso telescopio reflector de 42 centímetros de diámetro, acoplado a una cámara digital, Wesley tomaba imágenes de Júpiter, al igual que tantas otras noches anteriores.
Y pasada la medianoche, una de esas fotos lo dejó tan helado como la inhóspita noche, afuera de su observatorio doméstico: apenas asomada por el limbo del planeta, en su extremo más austral, había una manchita negra. Y lo de “manchita” es un decir, porque Wesley calculó a ojo que medía miles de kilómetros. Sea lo que fuere, eso no estaba allí la noche anterior. En las fotos siguientes, la veloz rotación de Júpiter había puesto más de frente a la mancha. Algo había pasado.
Telescopios en acción
Inmediatamente, Wesley dio la alarma. Y un equipo de astrónomos de la NASA confirmó el hallazgo con el Infrared Telescope Facility (ITF), en el Observatorio de Mauna Kea, Hawai. Las imágenes del ITF mostraron que lo que en luz visible era un lunar negro, en luz infrarroja era una mancha brillante. O lo que es lo mismo, muy caliente. Allí, la atmósfera de Júpiter estaba convulsionada. No se trataba de las clásicas tormentas del planeta. Aquella marca, de unos 5 mil kilómetros (más o menos el tamaño de Marte), había aparecido de pronto y era caliente: la mejor hipótesis era la del impacto.
Ante semejante novedad, el jueves 23, la NASA apuntó el Telescopio Espacial Hubble hacia Júpiter. Y las imágenes dejaron a todos boquiabiertos: la mancha tenía una estructura compleja, y aparecía más grande que al comienzo.
Evidentemente, los poderosos vientos de Júpiter estaban desparramando esa nube de polvo y escombros, los restos del misterioso objeto suicida. “La imagen del Hubble nos muestra que la pluma de restos del impacto tomó un aspecto grumoso, a causa de la turbulenta atmósfera del planeta”, dice la doctora Amy Simon-Miller, una astrónoma del Goddard Space Flight Center de la NASA.
¿Qué pasó?
A dos semanas del impacto, la mancha sigue estando en Júpiter. Ha crecido, se ha estirado, y es un blanco bastante fácil para los telescopios de aficionados. Ese es el efecto del impacto. ¿Y la causa? “Es muy probable que haya sido un pequeño cometa, pero aún no estamos seguros”, dice Glenn Orton, del Jet Propulsión Laboratory de la NASA, uno de los científicos que observaron el cataclismo con el ITF.
¿Pero qué significa “pequeño”? Según la doctora Simon-Miller, tomando en cuenta el aspecto inicial de la mancha negra, “el objeto, sea asteroide o cometa, debió medir unos cientos de metros”. Puede parecer poco para dejar semejante herida en Júpiter, pero aquí hay que tener en cuenta la tremenda velocidad del choque, y el medio donde se produjo: una atmósfera, no una superficie sólida.
Ayer y hoy
Presenciar un impacto planetario no es algo de todos los días. Sin embargo, hay un antecedente, inolvidable, mucho más espectacular, y no tan lejano en el tiempo. Y también protagonizado por Júpiter: en julio de 1994, los 21 fragmentos del despedazado cometa Shoemaker-Levy 9 (SL9) se estrellaron uno a uno contra la atmósfera joviana, dejando una hilera de manchas oscuras, algunas de 10 a 20 mil kilómetros de diámetro.
Fue un episodio que muchos definieron como el “evento astronómico del milenio”. Ahora, el coloso Júpiter ha sido golpeado “una vez más”. Y es una excelente oportunidad para estudiar de primera mano las características y la evolución de estos dramas planetarios.
En el transcurso de los próximos días, el análisis espectral de la zona de impacto podría revelarnos la naturaleza del objeto suicida. Habrá que esperar. Y la mancha sigue allí, como fatal recuerdo del día en que un misterioso y pequeño objeto se animó a golpear al gigante del Sistema Solar.
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